jueves, 7 de mayo de 2009

Luis Iglesias Solana

La verdad es que era muy risueña desde pequeña, pero nunca se podía haber imaginado tanta risa en el momento en que cayó a ese charco. La gente que pasaba por alli se reia de ella pero nadie le fue a ayudar, sólo un señor con el pelo azul, bajito y con gafas se acercó. Entonces la niña, al verle, siguió y siguió riéndose del pobre señor ahora. La niña no paraba de llorar, el cuerpo no le respondia y no tenía casi ni conocimiento. De repente empezó a llover, gotas como si fueran pelotas de ping-pong. Entonces la niña dejó de reirse, aquellas gotas enormes le habían salvado. Al levantarse de aquel charco no sabía quién era, no se acordaba de nada. Después se fue por el barrio en busca de respuestas.

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